Érase una vez, un mágico mundo en el que los todos los objetos que llenaban las aulas de Madrid cobraban vida al cerrarse las puertas del colegio. De entre todos estos objetos, el más temido era la Papelera, era grande y siempre amenazaba al resto de objetos con su voz de ultratumba:
-
“¡Un día acabaréis todos dentro de mí!” - Soltando una carcajada diabólica con aires de
superioridad.
Una tarde, el resto de los
materiales acudieron al viejo Sabio Diccionario, en busca de una solución
definitiva para acabar con la maldad de Papelera. Lápiz, que era el más
atrevido, le preguntó:
-
“Sabio Diccionario, ¿cuál es el punto débil de
Papelera? No aguantamos más la ira de Papelera”.
A lo que el Sabio Diccionario
respondió con una voz quebrada por los años: - si a la malvada Papelera queréis
amansar, un poema y dos trabalenguas debéis recitar.
Sin dudarlo un segundo, Lápiz y
sus compañeros se enfrentaron a Papelera. Lápiz fue el primero en intervenir: “La
papelera está desempapelada ¿quién la empapelará? El empapelador que la
empapele buen empapelador será”.
Acto seguido, intervino Estuche:”
Pedrito no encuentra el papelito que le compró al papelero en
la papelería, seguro se le traspapeló el papel entre
los otros papeles.”
Por último, la más prudente de
todos, Goma, añadió con su fina voz:
"A la papelera papeles van,
papeles llegan.
Papeles de patatas fritas,
para disfrute de las hormiguitas.
Siempre por los suelos
recibiendo papeles y pañuelos,
batidos, zumos, papel plateado
y algún que otro bocadillo mal
acabado"
Gracias al consejo del Sabio
Diccionario, todos los objetos vivieron en armonía para siempre.
Alberto Díaz Velasco